sábado, 29 de octubre de 2011

En familia

Los padres son lámparas y los abuelos son faros. La lámpara da fuego y calor, el faro irradia luz. El fuego descubre la piedra del camino, impidiendo el tropiezo. La luz exhibe la montaña de la meta, conjurando el extravío.
Los padres son brújulas y los abuelos son mapas. La brújula brinda orientación, el mapa transmite conocimiento. La orientación siempre conduce a la búsqueda, principio de toda aventura. El conocimiento siempre conduce al hallazgo, final de todo viaje.
Los padres son la nube y los abuelos son el mar. La nube fertiliza al planeta como lluvia. El mar fecunda los cielos como nube. La lluvia dice cómo la Vida, cayendo del cielo, se vuelve cuerpo. La nube dice cómo la Vida, fluyendo del cuerpo, se vuelve espíritu.
Los padres cuentan historias patrias y los abuelos cuentan leyendas épicas. La historia patria suscita un sentimiento nacional. El mito consolida un pensamiento universal. El sentimiento nacional otorga ciudadanía sobre un fragmento de la Tierra, llamado país. El pensamiento universal confiere ciudadanía sobre una porción de Dios, llamado Cosmos.
Los padres son los mineros de la esperanza y los abuelos son los orfebres de la fe. En nombre de la esperanza, los primeros inclinan el rostro ante el surco y siembran sus semillas en pos del fruto. En nombre de la fe, los segundos extienden sus palmas al viento y echan a volar sus plegarias en pos del lucero.
Los padres, por inexpertos, ven al hijo como brote de su carne. Los abuelos, por sabios, ven al nieto como prolongación de su esencia. La carne crece, se reproduce y desvanece. La esencia se purifica, se transforma y perpetúa. Por eso mientras los primeros anhelan hacer de su semilla un Hombre, los segundos buscan transformar a ese Hombre en un ángel.
Algo natural. Esos dulces viejos saben que la Tierra es el lugar donde el Hombre recupera sus alas perdidas.


Lau Mendoza

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