sábado, 5 de noviembre de 2011

Los viejos de la calle

 



La llaman  “La Abuelita”. Tiene 83 años, su frágil columna hace que camine casi con la cabeza entre las rodillas. Tiene 83 años. Al esbozar una sonrisa sólo se dejan ver sus tres dientes negros.“Me llamo Juana Hernández. Años tenía que nadie me preguntaba ni me llamaba por mi nombre”.

Vive sola desde que su hermana murió en el año 2000. Ha trabajado desde niña, no recibe pensión ni acceso a servicios de salud. Su trabajo empieza a las 8 de la mañana y no tiene hora de salida. No descansa ni sábados ni domingos. Vende refrescos y tacos de guisados en un paradero de microbuses.

Se transporta en camiones cargando y arrastrando su mercancía. Como a los choferes les molesta llevarla, pueden pasar horas antes de que un camión se pare y la gente le ayude a subir. Hace dos años cayó de un microbús con todo y sus bolsas.

Juana Hernández es originaria del rancho de Santa María del Río, San Luis  Potosí. Nació en 1922. Huérfana a los 14 años, se convirtió en jefa de una familia de cinco hermanos. Breve estudiante de una escuela de monjas, se trasladó a la ciudad de México para trabajar en el servicio doméstico.
Recuerda, sin resentimientos, que laboró durante décadas para distintas familias adineradas que nunca la aseguraron y siempre la despidieron sin explicaciones ni, mucho menos, liquidación. Incluso trabajó para una familia por más de 20 años sin tomar un sólo día de descanso. Cuando solicitó vacaciones le dijeron que se fuera un mes. Al regresar, la servidumbre le dijo que tenía órdenes estrictas de negarle el acceso. Sin embargo, les mantiene lealtad a sus antiguos patrones y rechaza revelar siquiera su identidad.
“La Abuelita” es uno de los casi 2 millones y medio de viejos que en México tienen que trabajar o mendigar para sobrevivir y de los más de 6 millones que no cuentan con pensión alguna ni seguridad social.

Lau Mendoza

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