lunes, 7 de noviembre de 2011

Un legado que agradecer

Hubo un sollozo apagado detrás, pero dentro de ese pequeño instante todos pasamos a tener diferentes emociones al mismo tiempo, es extraño al mismo tiempo de tener un increíble dolor sentimos como se iba levantando ese velo de dolor que todos mantuvimos durante tanto tiempo, una vida se apagaba en el instante y los recuerdos regresaban hacia nuestra mente, así falleció mi abuela, cuantas historias como estas existen en el mundo a cada momento, cuan frágiles nos sentimos en ese instante, y al mismo tiempo al recordar su vida tan larga y llena de satisfacciones nos damos cuenta de que no somos frágiles únicamente perecederos.
“El Señor me lo dio el Señor me lo quito alabado sea el señor”, esta cita de Job encierra tanto sentido y al mismo tiempo una angustia increíble, es cierto el Señor nos permitió conocer a esta increíble persona durante tanto tiempo y al mismo tiempo nos la arrebata de una manera rápida y sencilla, sentimos dolor y felicidad cuando vemos como su vida se iba extinguiendo lentamente con una serie de enfermedades y problemas propios de las personas que han vivido una vida larga y feliz, sus problemas del corazón, su lucha contra la pérdida de su personalidad debido a algo que los médicos llaman locura senil, pero yo la defino como inocencia recuperada.
Cada uno de sus últimos días era diferente, no solo para ella sino para nosotros que la conocíamos, ya podía estar contenta y alegre un día, e inmensamente triste al siguiente, no creo que a ella le importase demasiado, al fin y al cabo era su vida la que se escapaba lentamente de sus manos.
¿Cómo era mi abuela?.
Si alguna vez me he encontrado con una pregunta difícil ha sido esta, como definir a un ser tan especial que podía presentarse como una segunda madre y al mismo tiempo como una persona severa y disciplinada que no toleraba en su casa lo que no le había tolerado a sus propios hijos.
Los recuerdos de mi infancia se entremezclan con las vivencias de mi edad adulta, las idas a comer a su casa, o las noches en la que por viajes mis padres tenían que dejarnos a sus cuidados, una cosa si fue constante, siempre había algo sobre la mesa. Esa cocina tan diferente de la acostumbrada a mi casa, esos platillos tan extraños que por lo regular constituían su vida normal y que sin embargo para mí eran especiales, debo admitir que no siempre estaba feliz con lo que me servían en mi plato, esa forma de cocinar tan diferente de lo que yo estaba acostumbrado, ya podía tratarse de algún plato típico de la región como podía ser algún pedazo de carne que ni en sueños pensase que podía prepararse.
Su cocina era como un museo, dentro de la cual se preparaban exposiciones que por fuerza tendríamos que consumir, a mí en mis primeros días me parecía más un laboratorio de un libro medieval que de la cocina moderna, una estufa que definitivamente había visto crecer a mi Padre, ocupaba la parte trasera de la amplia estancia, una covacha en donde, cual cuento de niños, nos contaban había servido hacia mucho tiempo para cocinar utilizando materiales como el carbón, ahora abandonada por la modernidad que invadía ese espacio, el fregadero con su incesante gotear se encontraba directamente a la entrada, el refrigerador que guardaba todas aquellas cosas extrañas para mis sentidos y que servían de ingredientes para sus guisos, cosas que en casa no teníamos por costumbre utilizar para cocinar, parecía mas bien como un escaparate hacia otro tiempo en el cual los platillos fueran más complicados.
Los gritos de mi abuela llenaban los arcos que adornaban su casa, esos gritos que hacían que dejásemos los juegos infantiles para sentarnos a la mesa, el correr de todos hacía el comedor para sentarnos junto a nuestros padres cuando había lugar en la mesa grande de lo contrario en la mesa preparada para los que no éramos adultos, cada familia reuniendo a sus integrantes para entrar como en una procesión militar, en la cabecera como siempre mi abuelo y a su lado mi abuela, dirigiendo las acciones como si fuese un entrenador de equipo deportivo, diciéndonos a cada uno que no habíamos probado bocado o que nos sentáramos firmes, más sin embargo nunca ordenándonos o tal vez yo no lo percibía de esa manera, viendo como iban entrando los platos traídos por las 2 personas que siempre la acompañaron en la cocina, ya lo mismo era una cazuela toda abollada conteniendo arroz aderezado con tomate, como podía ser una salsa en la cual se atisbaban los pedazos de carne, uno de estos platillos curiosamente fue denominado por mi hermano como la “carne sorpresa”, ya que no sabías que te iba a tocar, pudiese ser que fuese un pedazo de carne blanda que se deshacía en la boca o un pedazo de hueso disfrazado en esa salsa que no permitía que nada penetrara en su misterio.
Y nosotros que en un momento estábamos en la mesa, y al siguiente casi nos ahogábamos al saltar de nuestras sillas con un bocado tal vez demasiado grande hacia el patio para seguir con nuestros juegos, gritábamos las gracias desde el marco de la puerta para no dar oportunidad a los reclamos que oíamos en la lejanía sobre nuestra rapidez para comer, pero en esos tiempo nuestra alimentación era lo que menos nos importaba.
Ese patio que al principio nos parecía enorme y en el cual jugábamos desde el mediodía hasta la noche, cuando nuestros padres después de sus faenas llegaban por nosotros, cuantas veces tuvimos que interrumpir un partido a la mitad, o jurarnos que nos acordaríamos del marcador y lo continuaríamos el siguiente día, cosa que raramente ocurría ya que por lo regular empezamos otro juego diferente.
El rostro de mi abuela mostró siempre aquellas arrugas que le acompañarían durante todo el tiempo que yo le conocí, tal vez fuese siempre grande, cuando menos así nos parecía a nosotros, inclusive al encontrar un álbum familiar o ver las fotos que adornaban la sala nos era imposible pensar que aquella persona fuese la misma, su cara redonda con aquellos ojos que sabían si habíamos hecho alguna travesura, y que ya lo mismo nos reprochaba las maldades que hubiésemos ocasionado como nos premiaba con algunas monedas para que nos fuésemos a la plaza a comprar alguna golosina.
Su ilusión fue viajar, y cumplió con su ilusión, tal vez en los viajes encontrase algo que alguna vez anhelara, no lo sé, lo cierto es que parecía estar con un pie en la puerta cada vez que podía viajar, sus peregrinaciones a lugares extraños como el Medio Oriente, o inclusive sus visitas al extranjero eran motivo de alegría para ella, cualquier lugar era bueno para salir de casa, un rancho cerca donde compartir la comida, otra ciudad para visitar familia, parecía no importarle con tal de viajar y ver lugares nuevos y diferentes.
El llegar y platicar con ella casi podríamos intimar, sin embargo siempre con el respeto de la edad, no podíamos verla como una persona, teníamos que verla como una institución, culpa de las costumbres de la gente que impedían entablar una relación más cercana, ella se nos mostraba como alguien a quien teníamos que respetar ante todo, tal vez esta distancia tan rígidamente marcada impidió que conociera mas de ella, pero lo que podía ver con mis ojos infantiles y luego con los de la juventud me dejaron un sentimiento de felicidad y amor nunca antes conocido.
Si existe el concepto de vida plena, ese se puede asignar a mi abuela, vio nacer a sus hijos en un ambiente austero pero siempre enseñándoles el respeto entre ellos, su amor de Madre tal vez le impidiese dejar que algunos de sus hijos expresasen sus sentimientos de una manera más libre, pero mi padre y mis tíos son los que tienen que emitir ese juicio, yo solo conocí el lado amable de su existencia, para nosotros hubo solo cosas buenas, no éramos sus hijos su responsabilidad había terminado, como bien dicen nos disfruto plenamente sin la carga de educarnos, eso que lo hicieran sus hijos ella había cumplido su tarea hace algún tiempo.
Dicen que recordar es volver a vivir, mas sin embargo los recuerdos son solo eso recuerdos, nos permiten tratar de ver como era nuestra vida, pero no son el presente, al recordar a mi abuela me doy cuenta de que debo dar gracias a Dios por haber conocido una persona tan llena de vida, mas sin embargo como duele su pérdida.

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